Desperté con los labios secos, la ropa mojada, toda yo olía a Jack Daniel´s, mientras mi cabeza estaba a punto de explotar. Recuerdo que nos besábamos, que acariciabas cada parte de mi y yo me sentía enamorada , deseada, correspondida. No he tenido mayor resaca que aquella, no habría manera de olvidarla o ignorarla, la sangre seca de mi nariz, me dolía al respirar. Y mis huesos parecían partirse al intentar moverlos. Traté de incorporarme, y entonces despertaste, ebrio me decías que me calmara, que todo estaba bien, y entre eructos y tu barba rasposa, me pedías perdón…
No recordaba mucho, sólo sentía el tufo del whisky fermentado en mí, y apenas unas imágenes. No pensaba demasiado. Eras tú y eran ellos sobre mí, brindis tras brindis. Hasta que me ofreciste a ellos y ya no pude hacer nada, uno a otro sobre mi, llenando de sudores alcoholizados a mi cuerpo, y aprisionando mis brazos, mis piernas, mientras a chorros me metías el alcohol por la boca, y entonces yo reía y después lloraba y me movía y quería irme… y entonces te perdí, y era golpe tras golpe, sangre en nariz y entrepierna, y entonces todo era mareo, whisky, mis carcajadas “on the rocks” que horas después sólo fueron piernas amoratadas, fragmentos de fiesta, recuerdos y whisky que me fermentaban.
Quiero más alcohol. Olvido, recuerdos. Quiero más desesperada ansiedad. Son mis recuerdos los que me corrompen, los que me sueltan las amarras y me hacen huir. Huir no significa desaparecer. Huir significa despedirse a cada rato hasta ya no regresar.
Aquel hombre me mira y sonríe, no recibe de mí gesto alguno. Hasta mover los músculos rompe mi corazón.
Sonreír ahora es traicionar a mi tristeza, dejar de sufrir es golpe bajo a mi labio mordido.
Esta no es la vida que quería vivir…
Sin embargo el alcohol absorbió mi vida y ahora solo me queda ella, mi fiel amiga y a la vez mi peor enemiga, la bebida.
Me quito el saco, esto merece un ritual casi caducado. Las pulseras giran en la mesa, tanto ruido y campaneo me agitan más el corazón. Las giro esperando que se pase más rápido el tiempo y las estrellas lleguen pronto.
Un poco de brillo en los labios, apretones de cachetes para verme colorida de manera natural y un suspiro obligado, del aire, porque se me va llegando la madrugada.
La música suena desconocida, ninguna letra que me descomponga ni me haga llorar. Esta noche quiero llorar.
Todos aplauden ante una mezcla de son cubano- techno- rastafari , y yo necesito letras, violines y pianos que acompañen esta melancolía que me hace envejecer.
En horas desesperadas suelo hacer mezclas extrañas, ya no importan las onzas ni los agitadores. Todo es una misma sincronía y una misma sensación. Siempre pierdo el control. Dejo que la sal y el limón hagan su labor y yo cierro fuerte los ojos a la hora del posible tambaleo. No necesito nada más en este momento, sólo alcohol y un poco menos de valor.
Esta sensación de levedad que el alcohol circulando por mi sangre me produce es literalmente anestesiante.
No puedo dejar de beber, sentir el sabor amargo del alcohol detrás de un coctel semi glamoroso,
me empodera para decir todo lo que callo.
Me acerco al oído de quien me trae los tragos y le hablo suave y bajo, quiero beber sin control. Hoy tengo mucho que decir.
Dejar de buscar las palabras exactas y los movimientos cautos.
Las grandes zancadas son las que me dejarán libre hoy.